Estoy vivo. Lo sé, se me ha ido de las manos, pero que se le va a hacer.
No hay mal que por bien no venga, ahora retomo esto con muchas más ganas. He cambiado la página para empezar casi de cero otra vez. Con esta remodelación habrá nuevos tipos de entradas relacionadas con otros aspectos del viaje. Dejará de ser un diario y cada entrada será independiente.
La serie que empiezo hoy es muy personal. En estos artículos iré transcribiendo reflexiones que fui escribiendo en mi cuaderno de viaje. Algunas serán sobre gente, otras sobre paisajes y otras serán unas comidas de cabeza que a día de hoy ni siquiera yo soy capaz de entenderlas. Basta de relleno, aquí os dejo una de mis reflexiones (por llamarlo de alguna manera).
Momentos de debilidad y soledad (Lyon, 26/09/2013)
En un viaje no hay situación más enervante que llegar de madruga a una ciudad desconocida. A la hora muerta, a la hora que la ciudad duerme. Es entonces cuando la coraza del intrépido viajero se desvanece para mostrar al niño que hay tras ella. Ese mismo niño que quiere vivir sus sueño y aventuras está ahora desnudo, asustado.
Callejones y plazas vacías que durante el día son objeto de gran admiración ahora transmiten inseguridad y recuerdan la soledad. Una soledad exacerbada por un contexto en el que ni siquiera la arquitectura habla tu idioma. Este es el momento en el que todo se puede derrumbar, una simple caída puede herir tanto al niño como para que no quiera volver a caminar.
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