Durante mi paso por Rusia conocí a muchas personas dignas de mención. La verdad, es que me sorprendió mucho la personalidad de los habitantes del país más grande del mundo. Una vez más, los estereotipos se rompieron radicalmente. Cierto es, que los rusos son un poco recelosos al inicio y a veces no quieren entablar una conversación con alguien que no hable su idioma, pero una vez se que se logra romper el hielo con una rudimentaria conversación la complejidad de los temas escala por segundos.
Así fue como conocí a mi colega Alexis. Acababa de subirme al tren para aventurarme a con mi primer gran trayecto de 40 horas en tren desde Kazán a Novosibirsk. Nada más verme su rostro cambió a una expresión que vacilaba entre una sonrisa y una cara de “ y ahora que coño hago yo con este tipo si no hablamos el mismo idioma”. Yo al ver su cara de circunstancia le pregunte en mi ruso de andar por casa en zapatillas y pijama “Vi gavarite Anglisky?” a lo que él se echo la mano a la cara y sin saber donde meterse y jugó su única y desesperada carta “fransusky?”, su cara cambió una vez más de expresión pero está vez a una de alivio al encontrarse con un “oui” como respuesta.
El acercamiento fue tímido, tardamos un par de horas en volver a hablarnos, pero bueno, por tiempo no era, todavía teníamos por delante más de un día. Poco después la conversación comenzó a fluir cuando me invitó a bajarme de mi litera y sentarme junto a él. Las preguntas eran rutinarias, nombre, país, edad, y el propósito de mi visita. A toda la gente le extraña mucho ver a un extranjero de camino a Siberia en invierno, unos me miraban con cara estar loco y otros se reían pues no sabía donde me metía. Sin embargo, Alexis nunca me juzgo. Siempre se quedaba pensando tras cada respuesta y se tomaba su tiempo antes de formular la siguiente pregunta. Al inicio, como buen siberiano era un poco frío. Pero tras un rato de conversación me dí cuenta de como su actitud hacia mi cambiaba. Las preguntas tomaban otro tenor. Ahora se preocupaba de que yo estuviese a gusto porque por mucho que yo le insistiese en que los trenes de su país eran increíblemente cómodos él se negaba a creer que en mi país no hubiese mejores trenes (si este hombre supiese cómo funciona RENFE seguro que le daría un infarto). Era mi primer tren largo, el anterior había sido un pequeño aperitivo de lo que me esperaba. Tenía un buen guía. En nuestra primera parada larga, Alexis y yo nos bajamos del tren dispuestos a comprar algo de comer y beber. Al volver al tren yo aparecí con la cajita de baratos fideos instantáneos de rigor y el con una bandeja de la que se salían dos filetes rusos con patatas. Sin dudarlo por un segundo me dio la mitad y tras darle yo el primer bocado él me miraba fijamente esperando mi aprobación. Tras ese gran festín ,y digo festín porque más gente empezó a darle cosas a Alexis para que las probase el extranjero, nos tomamos un descanso de nuestra conversación en el cual le dejé un libro en francés que me había regalado Benoît en Lyon. A esto le siguieron unas merecidas horas de sueño.
Alexis era militar, fácil de deducir al verlo vestido en uniforme, pero pregunté por si acaso, uno nunca sabe. Tenía apenas 30 años de edad y bien conservados, parecía un niño. Volvía de camino a Tomsk para ver a su mujer de la que no dejaba de hablar. Entre las preguntas me hizo una que me cogió un poco por sorpresa al preguntarme si en mi país le regalábamos flores a las mujeres. Le contesté que sí, que en ocasiones especiales lo hacíamos, no debía ser la respuesta que esperaba pues se quedó con una extraña cara de circunstancia. Me explicó que para él (para los rusos en general) regalar flores a las mujeres era muy importante, según en casa siempre tenían que haber flores frescas así que el cada fin de semana le regalaba flores a su esposa. Me intentaba explicar que aunque la situación económica fuese difícil el seguiría comprando flores porque aunque no diésemos cuenta tener flores a nuestro alrededor nos hacía más felices.
El amigo soldado acaba de volver de un curso de supervivencia de 40 días el había sido uno de los que había logrado acabar la maniobra la completo. “Nos soltaron en un grupo con una mochila, una brújula y unas ordenes a seguir…fue muy duro”. Le pregunté si alguna vez había entrado en batalla, a lo que el se rió diciéndome que no, que el sólo trabajaba en el departamento de comunicación pero que esas maniobras las tenían que hacer todos. De ahí logré entender lo del francés, de alguna manera se me hacía un poco extraño estar hablando en francés con un soldado ruso.
Alexis era un tipo con ideas y muy filosófico, sus preguntas cambiaron radicalmente cuando ya cogió un poco más de confianza. Se interesaba mucho en el porqué viaje de alguna manera no entendía que pudiendo estar en mi casa con un buen trabajo y una mujer estuviese por ahí. Tras explicarle mis razones las entendió aunque el me dijo que prefería una vida tranquila y estable. Otras preguntas como ¿Qué buscas con esto? ¿ Qué te hace feliz? ¿Cómo te sentías en tu país? siguieron otras más políticas. Me preguntó que opinaba del comunismo, mientras me explicaba que él era comunista, pero de verdad, no de lo que había ahora. Estaba muy decepcionado con el gobierno actual de su país y deseoso de que las cosas cambiasen. Entre pregunta y pregunta bebíamos té y nos pringábamos los dedos comiendo Tchak-Tchak, un dulce del Tatarstan hecho con un tipo de masa frita y bañada en miel. Las horas pasaban y a la vez que se nos acababa la comida también lo hacían las conversaciones, pues a pesar de que hablase francés lo hacía de una manera limitada.
Mientras yo maravillado por el paisaje siberiano me quedaba prendido de las vistas de mi ventana, Alexis me describía el paisaje explicándome la fauna que podía encontrar en la tundra y en la taiga y adelantándome parte de los paisajes que seguiría viendo durante el resto de mi viaje por Rusia. Era hora de dormir, aunque me encontraba un poco traspuesto ya que en este trayecto de tren habíamos cruzado tres husos horarios. Nos aproximábamos a Tomsk y se acercaba la hora de la despedida. Eran las cuatro de la madrugada, Alexis se subía por las paredes, faltaba ya poco para volver a ver a su mujer y estaba muy nervioso. Intercambiamos detalles de contacto y prometí volver a visitarlo en Siberia, nos despedimos con un abrazo y mientras el tren y mi viaje continuaban observaba el emotivo y caluroso reencuentro de Alexis con su mujer en la estación. Habían -20ºC pero esa noche el soldado no tendría frío.
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