En ocasiones, India me recuerda a la Venezuela rural en la que viví y que dejé hace casi 30 años. Me hace recordar a través de sus caminos, de sus gentes y de su forma de vivir, como era aquello que de niña ví. El pasear por las de India me transporta cuarenta años atrás en el tiempo y me aleja de lo que hoy en día llamamos progreso.
Tras diecinueve insignificantes horitas de tren llegamos a Jaisalmer (he de admitir que me ha costado mucho aprenderme el nombrecito de la ciudad), una ciudad/fortaleza que se encuentra en medio del desierto del Rajasthan. Lois había enviado unas solicitudes de Couchsurfing y nos habían aceptado. El que nos aceptasen implicaría que además de no tener que pagar alojamiento, viviríamos con gente de lugar. Los mejores anfitriones posibles! En esta ocasión la persona que nos había invitado, era el dueño de cuatro hoteles. Dev junto a su hermano Jorah regentaban cuatro hermosas havelis a los pies de la fortaleza de Jaisalmer. Jorah, tenía un gran parecido al hermano menor de mi madre, a mi tío Julio. No es la primera vez que me da la sensación de encontrarme con familiares por la calle. La vez que fui a visitar a mi hijo a China me parecía ver a tías mías por todas las esquinas. Esto corrobora que los sudamericanos tienen unas innegables raíces asiáticas. A pesar de que pasasen diez mil años desde que los primeros asiáticos cruzasen a América los rasgos siguen siendo los mismos.
El conductor del hotel Kalú, un señor muy majo de rasgos rajataníes muy acentuados, nos recogió en la estación del tren y nos llevó al hotel. Nada más entrar nos recibieron con un chai de bienvenida. Qué rico rico está el chai, apenas llevo unos días aquí y ya me he aficionado.
Por comodidad para ellos y para nosotros, en lugar de acogernos en su casa, nos dieron una bonita habitación en una de sus havelis. Menudo lujo, no nos lo esperábamos. La habitación estaba completamente hecha en piedra. Decorada con saris como cortinas y con un grado de limpieza que me sorprendió gratamente.
El hotel desde su terraza, goza de unas vistas espectaculares. Para poneros en situación, sería como encontrase en el mirador de San Nicolás en el Albaicín y tener frente a ti la Alhambra.
La verdad es que nos trataron de lujo e incluso nos ayudaron a organizar una excursión para dormir una noche en el desierto.
La mañana siguiente nos fuimos a dar un paseo por la fortaleza. Callejeamos todo lo posible y bordeamos la muralla. Tras un par de horas caminando encontramos una tienda de ropa en la que el dependiente nos habló en un perfecto español. Se llamaba Jitu y era un joven que había aprendido a hablar español sólo con turistas, sorprendente. Dado que queríamos comprar unas cuantas cosas para llevar y vender en España, entablamos una conversación con Jitu para que nos echase un cable. Se veía un chico honesto y no un atrapa turistas como es lo habitual. Nos conquistó. Acabamos pasando otras casi dos horas con el en la tienda de su tío donde compramos parte de la mercancía que andábamos buscando. Una vez acabada la compra volvimos al hotel para dirigirnos hacia el desierto.
En el último momento se nos unieron un indio, una sudafricana y un francés. Tomamos el jeep y nos dirigimos a la primera parada de nuestro recorrido dirección al desierto. Se trataba de unas magníficas edificaciones deterioradas por el paso del tiempo y la falta de conservación. Estas impactantes edificaciones eran nada más y nada menos que los mausoleos de los Majarahas de la zona. Según su importancia, los mausoleos eran más o menos grande. En el mismo monumento también se encontraban las cenizas de las esposas, maharanís.
Sabíais que cuando el Maharaja moría su esposa “voluntariamente” era quemada viva junto a la tumba de su esposo sin poder manifestar ningún tipo de lamento hasta morir. Puff! casi me muero al imaginarme tal atrocidad. Vale las tradiciones y las costumbres, pero aquí, se pasaron.
Continuamos hasta nuestro destino ,el desierto. Llegados a un punto se acabaron la carretera y los caminos, pero Kalú era un cowboy del desierto y nada se interponía entre él y su destino.
Las otras tres personas eligieron ir en dromedario hasta el campamento. Nosotros preferimos el jeep, yo me negaba a abrasarme con el sol. De hecho, fue una buena idea ya que llegamos a ver el atardecer. Lois empezó caminar buscando la mejor vista para ese atardecer. Entre dunas de arena fina, se te enterraban las piernas, era muy difícil caminar, y alcanzar al cabrón de mi hijo que se había ido dos grandes dunas más allá. ¿Sabéis? Mi hijo me suele poner a prueba y de paso intenta ponerme las pilas. Allí, vimos juntos como desaparecía el sol, lo hizo incluso más rápido de lo que yo esperaba. Cogí un puño de arena y dejé que se vaciara entre los dedos. ¿Sabéis cuando decimos que: “la vida se nos va como el agua entre las manos” y no nos damos cuenta?, pues así se fue la arena. Veíamos nuestro campamento a lo lejos, era algo bastante improvisado. Unas simples camas bajo la luz de la luna, o lo que lo mismo, dormimos en un hotel de mil estrellas. La cena estuvo muy rica y sin arena, todo un logro. Mientras la cocinaban, entreví el color del agua que utilizaban para hacerla. Preferí no juzgar y comer lo que me pusieron en el plato. El fuego mata todo, y lo que no mata engorda (como las somosas).
Al acabar la cena, los tres chicos encargados del “campamento” (tenían 15, 21 y 23 años) nos deleitaron con unas canciones tradicionales improvisadas con utensilios de cocina como instrumentos. Con el botellón de agua medio vacío y un par bandejas acompañaron sus cánticos en una noche llena de estrellas y nebulosas.
La humedad y el frío del desierto no tardaron en sentirse. Así que nos cubrimos con mantas.
Mi hijo y yo mantuvimos una conversación tumbados mirando al cielo. Siempre tiene una reflexión interesante que hacer. Su interés por todo le hace indagar para que sus comentarios tengan la mejor base de conocimiento sobre diferentes temas y oírle es un verdadero placer.
Durante la noche me despertaba y abría los ojos pensando si las estrellas estarían todavía ahí. Me giraba y a dormir de nuevo. Desde que llegué he dormido muy bien, hasta en el tren.
A la mañana siguiente, volvimos a Jaisalmer, ese día tomaríamos el tren a Jophur. Pero para aprovechar bien el día, nos fuimos recorrer la fortaleza con unos amigos.Paseando un buen rato en la fortaleza, volvimos a ver a Jitu y a su tío. Además, visitamos un par de templos y caminamos descalzos por la calle (me hizo mucha ilusión). En todos los lugares hay que descalzarse, así que me veo obligada a hacer referencia a mis sandalias mágicas. Las use en El Camino de Santiago y las llevo puestas desde que llegué a India, cómodas y practicas ¡Gracias tía betty!
Llegó nuestra hora de partir, Kalú nos llevaría a la estación de tren. Nos despedimos afectuosamente de esos chicos nobles de agradable sonrisa.
De nuevo en el tren sleeper. Un calor horroroso rumbo a Jophur. Es divertido estar con Pichy (mi hijo, yo no le puedo llamar Lois), hasta ahora no tengo palabras para describir lo bien que me siento. Tengo clarísimo que el mundo esta esperando a que Pichy lo recorra entero. No me cabe duda. Él tiene sus normas establecidas y sus ideas claras. Su respuesta ante situaciones son maduras e inteligentes y no se le escapa una. Su actitud es increíble, desborda la experiencia vital de una persona con mucho recorrido. En este momento no soy su madre, la que habla en una persona que admira la madurez de un chico de veintiséis años que resulta ser un perro viejo.
Seguimos nuestro viaje, el tren empezó a llenarse por que sin nosotros saberlo era el inicio de unos días festivos en este gran país. Se colocó junto a nosotros una familia de 2 parejas y dos niños.
La primera pregunta que te hacen es siempre inmediata, ¿De dónde eres?. Cuando dices España, su respuesta es Barcelona, Madrid o quizás Rafa Nadal, algunos nos han llegado a preguntar si estamos cerca de Canadá…en fin . La siguiente, es si soy amiga o hermana de Pichy. Cuando Pichy dice que soy su madre, pues como que no les cuadra, o yo tengo cara niña o Pichy cara de viejo, así que decimos las edades y poco a poco como que se lo creen, de entrada no.
Esta familia como cualquier familia española hace 40 años y quizás hoy en día, sacaron su cena (una familia española sacaría unos bocatas de tortilla) y por supuesto no dudaron en ofrecernos compartirla. Como somos de mal comer, la rechazamos. No dudamos ni un segundo en aceptar la invitación y disfrutar de sus sabores. Todos eran un encanto, a los peques me los metí al bolsillo rápidamente. A la niña, la más grande Tania le di una bolsita de toallitas húmedas que nuestro amigo Sergio nos había dado antes de nuestra salida de España recurriendo a ellas en numerosas y distintas ocasiones. La peque la tomo y no la soltó de su mano hasta caer rendida de sueño.
Pichy entabló una larga conversación con el chico hasta llegar ellos a su destino. Iban a visitar a la abuela y un templo jainista. Intercambiamos teléfonos y un abrazo de agradecimiento. ¡Ah! y me dieron un tupper con un snack casero que había sobrado y me gustó mucho, así que me lo regalaron.
Llegamos a Jophur. Era tarde noche. Los que conducen los autorickshaws (o tuctuc) te abordan sin cesar, un coñazo. Necesitábamos uno para ir a donde nos habían recomendado dormir. Ahí como en todo el viaje entra Pichy en acción, ellos dicen 80 y él 40 … Pichy siempre pregunta antes a gente de confianza cuanto podría costar y aprieta los precios hasta conseguir el justo. Imaginad, nos montamos en uno que el conductor había dicho que sí, pero escasos metros más adelante se paró a preguntar a un grupo de personas donde estaba el lugar al que íbamos. Nosotros le mostramos la dirección y él no sabia leer. Quiso cambiar el precio y ¡zas! Pichy no les entra al trapo. Así que nos bajamos del tuctuc que apenas había recorrido unos 200 metros. Imaginadme, yo con la mochila y mi gran culo sube y baja del tuctuc. Intento hacerlo como si tuviera 20 años menos y 20 kilos menos pero que va ¡jajaja!. Nos bajamos. Y el hombre al ver que nos la tragábamos volvió a hacer que nos montásemos. Como dice un amigo Pichy ¡A la cárcel han venido a robar!
El hotel recomendado estaba en obras. Nos dieron un habitación, pero no al precio que nos habían dicho. En vez de 350 rupias unos 4,50€, nos pidieron 500 rupias que son 6,80€ una fortuna para esa habitación con baño fuera.
Fede dice
No conocía este lugar y desde que he empezado a leer, cada vez me gustaba más. Es como un buen libro me he enganchado y casi seguro ahora que ya podemos salir me acerque por la zona para disfrutar como vosotros.
Unas fotos muy chulas.
Voy a leer algún viaje más, creo que me vas a convencer de salir a viajar a muchos sitios.
Viajar es vivir, ánimo.
Gloria dice
Interesantes reflexiones, es curioso lo que dices sobre los parecidos de algunos habitantes locales con tus familiares venezolanos, al fin y al cabo no somos muy distintos, procedemos de un tronco común… y lo de las antiguas costumbres, algunas ciertamente espantosas, pobres viudas… Me alegra que hayas podido disfrutar de tu sueño en India y además al lado de tu querido hijo. Un beso.
Lupe dice
Que encantada estoy, mientras leo voy visualizándolos a ustedes dos haciendo sus locuras! Amiga, felicidades por ese hijo que es todo un experto y felicidades porque no conocía esta faceta tuya de escritora…un aplauso! Pichy, en vista que seguirás recorriendo mundo, al pasar por Venezuela aquí en Mérida, estamos a tu orden! Tengo un buen sofá, un sleeping y un colchón…tu decidirás! Un abrazo para ambos!