Uno de mis principales propósitos durante mi estancia en Japón era intentar indagar en el Budismo Zen. Hace un par de años en Mongolia un monje budista me regaló un par de libros sobre budismo y meditación. Entre ellos se encontraba uno que me llamó bastante la atención, se trataba de un libro en el que comparaban el Budismo Zen con el Budismo del Paraíso del Oeste. Desde entonces me picaba la curiosidad por conocer un poco mejor esta vertiente, y que mejor lugar para hacerlo que Japón.
Gracias un gran viajero pude conseguir los datos de un monasterio zen en la Prefectura de Fukui donde en ocasiones aceptan a gente interesada en budismo y meditación. Supuestamente había que enviar una solicitud por internet, correo o llamarlos por teléfono para preguntar si uno podía ir. Yo me arriesgué y decidí plantarme allí a mi suerte.
Tras unos días muy musicales en Nagoya de los que hablaré en otro momento, me dispuse a ir la Prefectura de Fukui a dedo. Tardé un buen rato en lograr que me recogiesen, pues el lugar al que iba no quedaba muy en ruta. Dos coches y cinco horas más tarde logré llegar a Tsuruga, un pueblo que se encontraba a cuarenta y cinco kilómetros de mi destino. Comencé a andar ya, la noche se me echaba encima y apenas pasaban coches, a este punto ya me había hecho a la idea de que tendría que llegar a mi destino al modo más clásico de viaje, es decir, a pata y con paciencia. Llevaba algo más de una hora andando con mi cartelito cuando mi ángel de la guarda paró y me dijo que me subiese a su coche. En mi pobre japonés le expliqué al hombre que me dirigía hacia un pueblo llamado Obama. Él, un tanto sorprendido de que un extranjero fuera a un pueblo tan pequeño en el que no había nada turístico, me preguntó en un inglés muy fluido cual el era el motivo de mi visita. Le expliqué que iba a un monasterio zen a practicar meditación a lo que inmediatamente me dijo “Ah!! vas a Bukkokuji, allí hay un monje extranjero, es de Polonia y se llama Gempo-san”. Me dijo que no había problema que él mismo me acercaba al monasterio, estaba de camino a su casa. Mi nuevo amigo se dedicaba a la investigación sobre el erizo de mar y como el cambio climático e incremento de la temperatura del agua afectaba a este manjar y su posible impacto en el economía.
En apenas treinta y cinco minutos llegamos al monasterio. Eran ya las siete de la tarde llegaba a tiempo. Había leído que los monjes se acostaban a las nueve de la noche así que estaba a tiempo de que me recibiesen…en el caso de que me aceptasen.
Me bajé del coche y una vez me despedí de mi conductor me quedé observando el templo con los últimos rayos de luz del día. Transmitía serenidad y tranquilidad, a pesar de estar cerca de la carretera principal del pueblo apenas se oía ruido, detrás del templo descasaban unas montañas frondosas en bambú, abedules y coníferas entre las que despuntaban algunos ciruelos, cerezos y almendros que delicadamente manchaban de blanco y rosado los tonos verdosos de la montaña. La puerta principal estaba cerrada pero quedaba abierta una puertecita más pequeña a su lado como si esta estuviese dedicada a niños. Entré. Todo estaba apagado excepto la segunda planta de uno de los edificios. Frente a mí el templo principal y a mi derecha una capilla más pequeña. Me adentré un poco más siguiendo el camino de piedra marcado en el suelo, al avanzar escuché algo de ruido y vi otra luz así que discretamente me acerqué y voilá un monje. El hombre se quedó a cuadros (imaginad por un momento que os con un bicho como yo en un pasillo oscuro de vuestra casa sin saber que he entrado). Se quedó medio petrificado y me arranqué una vez más con mis frases japonesas que debieron traducir algo como “ Por favor. Hola, me llamo Lois. Soy español. Me gusta la meditación zen. Amigo aquí muchos años Jorge español.” En su cara podía observar que haciendo un gran esfuerzo me lograba entender pero rápidamente me dijo: “puedes hablar en inglés no hay problema”.
(Acostumbrado a viajar en China donde nadie habla inglés, en Japón siempre me esforzaba lo máximo posible en hablar en su idioma, normalmente tras unos minutos de comunicación muy básica en varias ocasiones me contestaron en inglés. Creo que de alguna manera intentan ver hasta donde eres capaz de llegar hablando su idioma y una vez te atascas ya te sonríen y hablan en inglés. Desde mi punto de vista intentar hablar el idioma local es clave, la gente se siente orgullosa de que intentes usar su idioma a pesar de que no lo hagas de manera fluida)
Me preguntó más detalles sobre el amigo que previamente había estado en el monasterio pero no se acordaba de él. Me dijo que la hora de meditación ya había empezado pero que me podía unir al siguiente turno. A lo que siguió la pregunta ¿ Y dónde te alojas? a lo que contesté que no tenía ningún sitio donde quedarme y que me gustaría quedarme con ellos si fuese posible. Me llevó a una habitación y tras unas cuantas preguntas más sobre mi y un poco de charra me dijo que esperase un momento que tenía que hacer unas llamadas, a los 5 minutos volvió y me dijo que me podía quedar pero que tendría que seguir su rutina diaria. Me habían aceptado, misión cumplida.
Fuimos a un gran armario donde me adjudiqué un futón y unas cuantas mantas que llevé a la que sería mi habitación, acto seguido me llevó a lugar en el que se meditaba. “Siéntate aquí así y mira a la pared mañana alguien te explicará como hacer zazen de momento esto vale por hoy”. Ahí me quedé inmóvil y sufriendo por mis piernas. Había llegado a mitad del segundo periodo de meditación así que tras tan solo 20 minutos alguien le dio a una campanilla y todo el mundo se levantó, como yo estaba de espaldas y no veía nada no sabía como actuar hasta que Gempo-san puso su mano en mi hombro y me susurró que ya podía levantarme.
Una vez comenzado el tercero me puse e una posición algo más cómoda para mi, eso de estar de rodillas sentado en los talones no es para mí. Esta vez la sesión duraba cuarenta minutos, así a l final de la sesión alguien se levantó y empezó a pasearse por la sala, de repente se paró. Pocos segundos después una voz gutural casi de ultratumba rompió el silencio sepulcral que envolvía la sala. Tal fue el shock que entré un estado “semi de trance” por llamarlo de alguna manera, tenía la mirada clavada en la pared y mientras los cantos guturales de los monjes retumbaban en mi pecho la pared comenzó a moverse, veía patrones espirales y ondulados, no podrá dejar de mirar la pared y por mucho que parpadease esos efectos visuales seguían ahí. Al par de minutos sonó un martillazo que me hizo volver en mí. Otro martillazo, el segundo me hizo dar un pequeño salto pues seguía cara a la pared sin saber lo que acontecía a mis espaldas. Los martillazos continuaban cada ves más seguidos hasta acabar en un redoble, después de repetir los golpes el proceso 3 veces se acababa la última sesión de meditación del día. Eran a apenas las 20.50 y todos marchábamos a dormir, la rutina monacal comenzaba todos los días a las 4.50 así había que aprovechar cada minutos de sueño.
Este fue mi gran broche de apertura de mi estancia en Bukkokuji.
Daido dice
Hola. He leido tu relato. Yo conozco Bukkokuji, he estafo alli cuatro veces. Es exactamente como lo describes?. Queria saber si conociste al maestro Tangen Harada Roshi. Oi que ya no estaba en el templo. Es muy mayor. Ni he vuelto a saber de el. Me dio la ordenacion de upasaka. Le tengo un gran respeto. Hay otro abad ahora? Me gustaria saberlo.
gaitavai dice
Hola Daido, es todo un honor que me escriba alguien que visitase este maravilloso monasterio. Por desgracia no tuve la oportunidad de conocer a Roshi-Sama. Sigue viviendo en el templo, en la casita que está justo en frente del zendo. Ya no sale de su habitación y tiene una persona que se dedica única y exclusivamente a cuidar de él. Su salud está bastante deteriorada. El ábade de Bukkokuji es ahora Kogaku-San.
Alfonso dice
Tengo la sensación de haber empezado una novela súper interesante y, de repente, se paró, qué ganas de más… Alucinante lo que estás viviendo. Un abrazo.
Pedro dice
Muy bueno, me hicisteis revivir unos momentos de vida a mí también, Sabes que hice zazen por un año (+\- 9/10 meses) cuando practicaba aikido. Todos los sábados alas 6:00.am.! Y te confieso que jamás me acostumbre al mal que me hacían las rodillas. 1 ora sentado como tú. Ya no me recuerdo nada de los cantos. (Que jamás llegue a aprender de memoria ) pero eso sí, con todo el sufrimiento (que es la esencia del zazen) pues el resto del día me la pasaba de maravilla !!! Qué envidia (de la buena lógico)